Tus cenizas
brasas ardiendo en mi corazón
Mi soledad está hecha de ti.
Lleva tu nombre
en su versión de piedra,
en un silencio tenso
donde pueden sonar
todas las melodías del infierno;
camina junto a mi con su paso vacío,
y tiene, como tu,
esa mirada de mirar
que me voy más lejos cada vez,
hasta un fulgor de ayer
que se disuelve en lágrimas,
en nunca.
Lo dejaste a mis puertas
como quien abandona la heredera
de un reino del que nadie sale
y al que jamás se vuelve
Y creció por si sola,
alimentándose con esas hierbas
que crecen en los bordes del recuerdo
y que en las noches de tormenta
producen espejismos misteriosos,
escenas con que las fiebres
alimentan sus mejores hogueras
Las he visto así poblar las alamedas
con los enmascarados
que inmolan al amor,
personajes de un mármol invencible,
ciego y absorto como la distancia
o desplegar en medio de una sala
esa lluvia que cae junto al mar,
lejos, en otra parte,
donde estarás
llenando el cuenco de unos años
con un agua de olvido.
Algunas veces sopla sobre mi
con el viento del sur
un canto huracanado que se quiebra
de pronto en un gemido
en la garganta rota de la dicha,
o trata de borrar
con un trozo de esperanza raída
ese adiós que escribiste
con sangre de mis sueños
en todos los cristales
para que hiera todo cuanto miro
Mi soledad es todo cuanto tengo de ti
aúllo con tu voz en todos los rincones
Cuando lo nombro con tu nombre
crece como una llaga en las tinieblas
Y un atardecer levantó frente a mi
esa copa del cielo que tenía
un color de álamos mojados
y en la que hemos bebido
el vino de la eternidad de cada día,
y la rompió sin saber,
para abrirse las venas
para que tu nacieras
como un dios de un espléndido duelo
Y no pudo morir
y su mirada era la de una loca
Entonces se abrió un muro
y entraste en este cuarto
con una habitación que no tiene salidas
y en la que estás sentado
Amanda Miguel - Cenizas

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